Astrología: La sombra

Una de las cosas más interesantes que podemos hacer con la carta astral es tratar de determinar sus aspectos oscuros y sus aspectos luminosos. La figura de la sombra –que puede ocupar cualquier lugar de nuestra carta astral– suele ocultarse bajo la máscara de una persona de nuestro mismo sexo. No creo, sin embargo, que se trate de una regla absoluta porque, en realidad, la sombra no tiene nada que ver con la atracción o el rechazo sexual sino que, por el contrario, está relacionada con la aceptación de nuestra propia sexualidad (es decir, nuestra propia masculinidad o femenidad). Así pues, la sombra no sólo tiene que ver con el tipo de persona de la que nos enamoramos sino que también está estrechamente ligada con los aspectos oscuros de nuestra alma.

Por otra parte, los aspectos planetarios también están relacionados con la sombra y con las personas del sexo opuesto que más nos fascinan. Por último, ciertos puntos de la carta –como, por ejemplo, el descendente y el IC (Imum Coeli, el nadir o fondo del cielo)– tienen también una estrecha relación con todos aquellos aspectos de nuestra personalidad que, de un modo u otro, permanecen bajo el influjo de la sombra. En la interpretación astrológica el tema del IC suele dejarse de lado. Pero conviene indicar que así como el medio cielo (MC) está relacionado con la forma en que queremos aparecer ante los ojos de los demás el punto opuesto –el IC– tiene que ver con aquello que deseamos que los demás ignoren. Así pues, el signo astrológico que está situado en la parte inferior de la carta representa nuestra zona más oscura, el lugar más bajo de la órbita solar y constituye, por tanto, uno de los puntos más vulnerables a las acometidas de la sombra.

Para descubrir el tipo de personas y grupos más opuestos a nosotros y el tipo de personas y grupos que tendemos a idealizar conviene inspeccionar el signo que ocupa el IC en nuestra carta natal y cuáles son sus principales características (para ello también conviene prestar atención al signo que se halla en el descendente). Lo que amamos y lo que odiamos no son cosas tan diferentes entre sí, es por ello que si colocamos la imagen de lo que idealizamos frente a la imagen de lo que odiamos quizás descubramos sorprendidos a la misma figura oculta bajo ropajes diferentes.

Si, por ejemplo, tienes a Tauro en el ascendente y presentas las características típicas de ese signo quizás menosprecies a las personas cerradas que mantienen relaciones poco claras. Los Tauros suelen desdeñar a las personas reservadas, manipuladoras e indirectas, quienes complican innecesariamente las cosas creando problemas donde no los hay. Pero, por otra parte, Tauro suele sentirse fascinado por quienes se rodean de un halo de misterio que les hace inaccesibles y parecen tener intuiciones extraordinarias sobre la naturaleza humana. Estas dos tendencias, sin embargo, no son tan diferentes como podría parecer a simple vista ya que, en ambos casos, el descendente está en Escorpio y bien podríamos decir que se trata de la misma figura, oculta bajo ropajes diferentes. una figura que cuando es admirada por el sujeto se convierte en algo atractivo, profundo y poderoso y cuando es rechazada se transforma en algo diabólico, escurridizo y artificial.

En el caso de que tengas a Acuario en el medio cielo quizás sientas una cierta predisposición a exhibir el semblante tolerante y humanitario de que hacen gala los acuarianos, a mostrarte ante los demás como un personaje racional, imparcial y preocupado por sus derechos, que aborrece y desprecia a quienes pretenden enriquecerse en cualquier circunstancia a costa de sus semejantes y a los egocéntricos que tratan siempre de llamar la atención sobre su persona. Si crees que todos somos especiales y que, por tanto, todos tenemos los mismos derechos y privilegios, es muy posible que te desagraden los exhibicionistas que siempre están dispuestos a presumir ante los ojos de los demás. Sin embargo, al mismo tiempo también puedes llegar a sentir una gran admiración por las personas creativas, por los artistas que son capaces de encerrarse en una habitación durante cinco años ignorando a todo el mundo para pintar un cuadro o escribir una novela. No obstante, Acuario no suele tener en cuenta que hay que ser un tanto megalomaníaco y desconsiderado como para creer que un cuadro o una novela puedan ser tan importantes como para merecer la atención de todo el mundo.
Hay muchos ejemplos que podrían servirnos para ilustrar este punto. Veamos el caso de las personas que tienen su ascendente en Géminis, por ejemplo, personas frías, racionales e inteligentes que no parecen tomarse nunca nada en serio. A los Géminis les gusta jugar con las palabras – las ideas son para ellos como las pelotas para el malabarista – son enamorados de la información y son capaces de recordar las más pequeñas anécdotas y percatarse de detalles imperceptibles para los demás . Por eso pueden convertirse fácilmente en excelentes observadores y cronistas de la vida. Pero aunque a Géminis todo le parece muy interesante nada llega a apasionarle porque la intensidad y la vehemencia suelen resultarle desagradables e incluso molestas. Es por ello que suele rechazar a quienes creen en algo con fe ciega, a los fanáticos a los proselitistas, a quienes van con el corazón en la mano, muestran sus sentimientos y se apasionan fácilmente con las personas y por las ideas.

En consecuencia, Géminis puede llegar a odiar a quienes se comprometen profundamente con la religión o la filosofía a quienes te abordan en la calle y te dicen: Deberías afiliarte a la Scientología , o Jesús te ama y otras lindezas por el estilo. Géminis es demasiado sofisticado intelectualmente como para creer que sólo exista una verdad y rechaza, por tanto, vísceralmente todas estas demostraciones de fe. No obstante, al mismo tiempo también puede admirar extraordinariamente a quienes se enfrentan con entusiasmo a la vida y asumen un punto de vista o un compromiso espiritual verdadero. Así pues, Géminis puede llegar a idealizar a las personas imaginativas e intuitivas y despreciar a los vehementes ignorando que ambos tipos de persona se alimentan del mismo combustible. Si sólo te identificas con ciertas cualidades te indignarás en presencia de las cualidades opuestas.

Conviene señalar, no obstante, que no estamos hablando de un simple desinterés o de un mero rechazo. La sombra siempre suscita una respuesta desproporcionada a la situación. En tal caso, no te limitarás a ignorar al fanático que reparte panfletos en la esquina sino que querrás deshacerte de él de un puñetazo.

Pero ¿de dónde proviene ese odio y esa repulsa? La sombra siempre se experimenta como una amenaza. Reconocerla o aceptarla supone, por tanto, una forma de muerte ya que la menor consideración, aceptación o aprecio pone en cuestión a todo el edificio egoico. De este modo, cuanto más rígidos y comprometidos nos hallemos con nuestra imagen o con un conjunto determinado de actitudes más amenazadora será para nosotros la sombra, lo cual resulta particularmente doloroso porque, en ocasiones, debemos reconocer a la sombra y tomar la decisión moral de no obedecer a sus impulsos.

Hace algún tiempo hice la carta natal de una mujer Acuario con ascendente Capricornio que tenía un Saturno muy fuertemente aspectado –la mayoría de ellos trígonos y sextiles– para quien la independencia era muy importante. A pesar de haberse casado con un marido débil que le resultaba insoportable, se sentía muy orgullosa de sus habilidades y de su fortaleza y había conseguido educar a dos hijos y labrarse un brillante porvenir en una entidad bancaria. Lo único que le resultaba intolerable era que alguien se mostrara desamparado, necesitado o dependiente. Prefería sufrir en silencio antes de mostrar el menor asomo de debilidad que la hiciera vulnerable. Por ello necesitaba un marido que la ayudara poco porque de lo contrario se hubiera visto obligada a enfrentarse con su propia sombra.
En cierta ocasión me contó un sueño que se había repetido dos o tres veces en el que llamaban a su puerta y, al descubrir que se trataba de una compañera de trabajo que le resultaba muy desagradable, se enfadaba tanto que le cerraba la puerta en las narices. Entonces le pedí que me hablara de su compañera.

Mi cliente respondió: No puedo soportarla. Me resulta completamente odiosa. A lo cual repliqué: ¿Qué es lo que le desagrada? Entonces me contó que esa mujer –unos veinte años más joven que ella– era una de esas recepcionistas estúpidas. Al parecer, se trataba de una persona muy insegura, alguien que se lamentaba constantemente por no saber hacer las cosas y solicitaba de continuo la ayuda de sus compañeros de oficina. Mi cliente no escatimaba adjetivos para referirse a ella: repulsiva, antipática, mentirosa, desagradable.

Recordemos que la utilización de adjetivos desproporcionados constituye precisamente un síntoma de la dinámica de proyección de la sombra y que mi cliente no se limitaba a decir: Esa mujer me desagrada sino que la descalificaba totalmente. Luego le pregunté: ¿Crees que la conducta de esa mujer tiene algo que ver contigo? a lo cual replicó enfáticamente: ¡De ningún modo! Ante esa respuesta no quedaba más remedio que cambiar de tema. Advirtamos, sin embargo, que mi cliente había reproducido exactamente la misma respuesta del sueño, cerrar la puerta de un portazo para impedir que la sombra penetrase en su casa. Su compañera de trabajo era, pues, una figura que personificaba a la sombra de mi cliente ante la que reaccionó como tenía por costumbre.

Para resolver el problema de la sombra no basta con admitir nuestras propias faltas. Cuando realmente comprendemos que no somos lo que aparentamos, nuestros mismos cimientos se ven conmocionados. La sombra nos recuerda de continuo que lo que más valoramos puede verse gravemente perturbado si la dejamos entrar. La enérgica personalidad saturniana de mi cliente la había conducido a edificar su vida y su imagen sobre la auto suficiencia y aunque la sombra llamaba de continuo a su puerta, ella se negaba a dejarla entrar, un rechazo desproporcionado que oculta, por lo general, un miedo muy profundo a que la persona que creemos ser termine siendo aniquilada.

En mi opinión, cuanto más envejecemos más difícil nos resulta caer en cuenta de que todo lo que hemos construido en esta vida está abocado a la destrucción. Pero lo peor no es tanto la destrucción como el miedo a ella. Es por eso que cuanto más cristalizada se halle nuestra personalidad, cuanto más poderoso sea nuestro ego y cuanto más duro hayamos luchado para conseguir lo que deseábamos, más difícil nos resulta reconocer a la sombra. Cuanto mayor sea el auto control que ejerzamos y cuanto más nos hayamos negado a nosotros mismos en aras de alcanzar algún ideal, más dolorosa será nuestra confrontación con la sombra porque, en tal caso, reconocerla puede implicar el colapso de toda nuestra personalidad.

Ese es el verdadero origen del miedo y del rechazo. No se trata simplemente de que sintamos una simple indiferencia sino que la sombra constituye la principal amenaza para los valores establecidos. Es por ello que cuanto mayor sea nuestro desequilibrio, mayor será también la vehemencia con la que trataremos de mantener a la sombra en el exterior. Aunque mi cliente hubiera podido llegar a darse cuenta de que su antipática compañera de trabajo no era más que una imagen de algo que se ocultaba en su interior, no creo que hubiera sentido las menores ganas de agradecérmelo.

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